Uno, iluso soñador, siempre ha creído que vale la pena ser honesto en un campo de fútbol. Me ha parecido y me parece que el tópico que dice que lo que pasa en el campo allí se queda no es más que una excusa para que el marrullero –que lo es dentro y fuera- justifique su comportamiento. Se puede ser pícaro, pero no marrano.
He seguido con mala gana y cierto pavor la retahíla de estupideces escritas tras la ida de la Champions League, sin sacar nada de positivo. Al final he acudido al tango para encontrar una respuesta. Se llama ‘Las cuarenta’, que canta magistralmente El Cigala en su disco dedicado a este género argentino.
Dice más o menos así:
Aprendí que en esta vida, hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, hay que saberse reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo de que te bauticen gil!
La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron;
cuando grité una injusticia, la fuerza me hizo callar;
la experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo...
Toda carta tiene contra y toda contra se da!
Me parece que explica muy bien lo ocurrido durante esta serie de clásicos que vivimos. Un equipo que renuncia a todo juego limpio, jugando al límite, condiciona la estrategia del otro. Creo que es inevitable pensar que los jugadores del Real Madrid recibieron órdenes de ser duros y, por usar la palabra antes utilizada, marranos. Solo así se entiende que Arbeloa y Ramos levantaran de mala manera a Villa en dos ocasiones tras pisarle durante la final de Copa.
Si aceptamos la premisa anterior, creo que el tango sirve como perfecta explicación del comportamiento de Pedro y Busquets. En una discusión hay que tener presente que fue antes, si el huevo o la gallina. Equipararlo, confundirlo o discutir si Pepe tocó o no a Alves y pretender que el árbitro lo viera en directo es demagogia. Útil, quizás, pero demagogia.